Desde siempre, únicamente el más puro y brillante mármol ha estado reservado para las grandes obras de arte. Nada debía distraer al espectador del diseño ni empañar la pureza. Sin embargo, es precisamente esta sutil interacción de colores y movimientos la que dota de dinamismo y vivacidad a una escultura, un relieve o una columna. Este toque indescifrable no se percibe a primera vista. Por eso la contemplación resulta siempre gratificante.